HAY VIDA DESPUES DE ENRON - Dr. Alfredo Spilzinger [PhD]

Era el 2 de diciembre de 2001, y la tierra se movió, las estructuras económicas comenzaron a perder sus cimientos; y sus hombres, a sufrir la incertidumbre. Parecía un terremoto, pero no lo era. Semejaba un tsunami, pero tampoco era un temblor que venía del mar.

Venía de los seres humanos, que una vez más habían logrado que la fe pública sufriera una herida de muerte. Su «fiducia», su «con – fianza», es decir la fe por la que dos partes se involucran recíprocamente, había sido vulnerada.

Y en vez de provenir de las regiones menos desarrolladas del mundo, como todos podrían haber creído, el cráter que dejó ese sismo se originaba en el imperio.

Enron, una corporación norteamericana nacida en 1985, que había declarado utilidades para ese mismo año por sobre 1,000 millones de dólares, pedía su propia quiebra denunciando pasivos por más de 150,000 millones de dólares y reconociendo sus balances fraudulentos que distribuyó a sus accionistas desde 1997 hasta ese momento.

Habían sido directores de la compañía el presidente y el vicepresidente de los Estados Unidos. El fiscal general de ese país se excusó de intervenir en el caso, por haber recibido de esa compañía importantes donaciones para su anterior campaña política.

El «establishment» empresarial norteamericano se vanagloriaba de esos fenómenos emergentes y la había galardonado el 14 de agosto de ese mismo año, con el premio de la revista Fortune, como la empresa de mayor creatividad. Por cierto, creatividad no era lo que les faltaba a sus ejecutivos del área financiera.

Dejó un tendal de 21.000 empleados inactivos en 27 países donde operaba y 4.500 retirados, a quienes desposeyeron de su     fondo de pensión. Se descubren escándalos sexuales, y su anterior vicepresidente Clifford Baxter se suicida.

Robert Zoelick, hoy nada menos que presidente del Banco Mundial, fue funcionario gubernamental durante la administración del presidente Bush padre, y luego ejecutivo de Enron, antes de incorporarse a la administración de George W. Bush como secretario de Comercio, el 7 de febrero de 2001. Otro dato no menos importante, Zoelick fue designado en 1993 (antes que en Enron) como vicepresidente de la firma de mayor volumen en préstamos hipotecarios, Fannie Mae, la que el 17 de septiembre de 2004 fue enjuiciada por balances e información fraudulenta, proceso que todavía se encuentra en plena ejecución.

¡¡Cuántas coincidencias!!

La firma auditora, Arthur Andersen, fundada por el homónimo profesional en 1945 (paradigma hasta ese momento de la profesión contable), en su carácter de auditora de Enron, se desmantela y desaparece del escenario profesional en el mundo. También abandonó a su propia suerte a más de115.000 profesionales en todo el mundo.

Nadie podía creer lo que estaba pasando, ni siquiera el mismísimo Kenetth Lay, presidente de Enron, enjuiciado y embargado además de abandonado por su mujer por todo lo que salió a la luz sobre sus actividades amatorias clandestinas con personal femenino de la empresa. Afortunadamente para él, poco después murió de un ataque cardíaco.


Era toda esa película fantasiosa un accidente en la vida compleja de la economía post moderna? Por cierto que no.

Cuando la ira de los desahuciados acreedores de Enron aún hervía, Finova, una financiera de los Estados Unidos, pidió su amparo judicial con un pasivo de 11.000 millones de dólares. Su slogan era: «Somos los financistas innovadores». Vaya si eran innovadores.

Era otro accidente? No, porque le siguieron Global Crossing en  enero de 2002, con un pasivo de 22,400 millones de dólares y, coincidentemente, con los mismos auditores Arthur Andersen.

Y claro, la seguidilla continuó. Tyco International pidió amparo judicial y denunció balances fraudulentos que le costaron a sus auditores PriceWaterhouseCoopers el pago de 225 millones dólares, en concepto de indemnización por mala  praxis, con lo cual evitó el enjuiciamiento por impericia contable.

Pero los casos deslumbrantes no terminan en los Estados Unidos. En diciembre de 2003, un equipo de fútbol italiano, el Parma, se queda sin sponsor. Su principal accionista, Parmalat, (una de las productoras, hasta ese momento, más grande de lácteos en el mundo) es encontrada con balances falsos, con un faltante de 4,000 millones dólares, que supuestamente estaban depositados en una cuenta de la empresa en Cayman Islands, y con total imposibilidad de afrontar sus pasivos. Termina con la prisión de Calisto Tanzi, su presidente, y dos auditores de la firma Grant Thornton, que    dictaminaban el balance de la subsidiaria en Grand Cayman y de dos socios de Deloitte, que dictaminaban el balance de la misma Parmalat. Los 36.000 trabajadores, los más de 400.000 bonistas de la sociedad (mayormente ciudadanos jubilados que habían invertido sus pobres ahorros en la compañía) y el resto de los acreedores quedan inciertamente en una línea divisoria entre el asombro y la desesperación.

Qué pasó en el curso de tan poco tiempo? Fue una casualidad? Se originó en causas macroeconómicas que promovieron estas impensadas consecuencias?

Nada de eso.


Porque las travesuras ejecutivas se sucedieron, con casi mayor frecuencia. De ello da testimonio la prensa inglesa, que deja al descubierto que durante los primeros seis meses del año 2007, se produjeron denuncias ante la corte por fraudes empresariales en el orden de 600 millones de libras esterlinas, la cifras más alta que cualquiera anterior, tomados los últimos cinco años.

Esa cultura anglo sajona (que tanto arraigo tuvo en los 80 y los 90) de empresas que pueden crecer hasta el infinito, de ejecutivos que pueden utilizar los bienes corporativos como si fuesen propios, además de gozar de remuneraciones más que importantes, o del uso de jet particulares para el traslado de sus gerentes, cualquiera fuere su costo, ya es información desclasificada y en poder de la prensa internacional, y ha caído  definitivamente en el desprecio de la población.

Pero eso ha finalizado el intento de fraude? Y, además, el fraude es un invento de esta era post moderna (o moderna  tardía como el gusta llamarlo a Zigmunt Bauman)?

Evidentemente, no a ambas preguntas.

Surge como reacción del individuo de hacerse de bienes materiales rápidamente, sobre todo cuando tiene posibilidades de manejar cajas donde el dinero puede disfrazarse para ser usado en provecho propio.

El hombre es el único ser viviente que conoce el horizonte de su vida. Sabe que su fragilidad frente a la muerte lo hace vulnerable a cualquier emergencia y que su fin puede llegar en cualquier momento. Y por eso, en muchos casos, carece de escrúpulos. Solo tiene ambiciones.

Los valores morales de muchos suelen coartar, a veces, los íntimos deseos de cualquier individuo de robar un banco, vivir la vida de un millonario sin limitaciones financieras, o quizás tener un romance con la actriz (o el actor) de moda de Hollywood. Quién no los ha tenido alguna vez?

Pero a otros les faltan esos valores morales y sucumben en la tentación. Si no fuese así, Moisés no habría escrito de la mano de Dios el «no robarás», el «no desearás la mujer de tu prójimo» o el «no levantarás falso testimonio». Porque el deseo es intrínseco al individuo y solo se detiene frente a sus propias barreras morales.

Y por eso los temblores de tierra que sufrimos con los Enron o los Tyco no fueron coincidencias temporales. La frustración de sus autores es que esto se dio a conocer.


La mala noticia es que siempre existieron fraudes, pero la peor aun es que siguen existiendo.

Siempre la vida política es la que se acreditó la mayoría de este tipo de desvíos, en todo el mundo. Pero no es una exclusividad. El mundo de la política estuvo siempre más expuesto al escrutinio de la ciudadanía. El mundo de los negocios estuvo siempre más oculto a la percepción popular.

Y ha sido un error. Siempre se dividió a las actividades en públicas y privadas, dándoles a las primeras un sesgo más publicitable.

Pero hasta dónde es privado algo? Las raíces de la palabra privado significan en latín «privar», «robar», «tirar de cualquier cosa», «librar» , «soltar» , «entregar cualquier cosa». También se refería a todo aquello que no participaba del círculo del emperador. Pero nadie nunca habló que lo privado es algo ocultable. Como no lo es lo «público».

Calificarlo de algo imposible de conocer, haría de nuestro mundo una organización de individuos sobre los cuales el secreto sería su hábitat permanente.

Pero como esos individuos interactúan con los demás individuos, nada puede ser tan oculto que impida que se formalicen lo que hemos llamado «los protocolos de interacción».

Luego, lo público y lo privado deben acceder al mismo nivel de exposición. Las «partes privadas» existen pero no son ocultas.

En el caso de los gerentes y directores, en el modelo de la administración «por agencia» (accionistas totalmente independientes de quienes gerencian la empresa), la responsabilidad fue, en los casos analizados, nula. Miles de empleados quedaron sin fuente de trabajo, miles de trabajadores perdieron sus fondos de pensión, miles de acreedores dejaron de percibir sus acreencias y muchos fiscos dejaron de ingresar los tributos que les eran propios.

En el caso de los auditors, su complicidad con «lo privado» fue expresivamente audaz.

Auditar. Del latín «audire», oir, interpretar un sonido. Esta es la labor de los auditores, algunos de los cuales de cierta forma fueron cómplices necesarios de los ilícitos que llevaron a la quiebra de esas empresas.


Esa misma tradición anglosajona a la que nos referíamos antes, recreó hacia fines del siglo XIX la labor de custodiar las cuentas de las empresas que debían rendir información a sus accionistas, sus acreedores, sus empleados y el público en general. Exactamente como el emperador debe hacerlo con sus mandantes.

Pero como decíamos, esto no es nuevo. Los inspectores, auditores o revisores, constituyen un concepto con vinculación directa con los sátrapas persas, (del avéstico šathrapāvan = protector del dominio) quienes eran, en su carácter de gobernadores de algunas de las provincias persas, responsables de legitimar a los comerciantes y recaudar los tributos que les eran debidos.

Pero aún siendo parientes del rey (o justamente por eso) hacia 530 años antes de la era común, Darío el Grande (el emperador  persa) designó a sus fieles «ÒmagosÓ» ( en persa : sus hombres fieles) los «ojos y oídos del rey», que era el título oficial de los funcionarios itinerantes del imperio, designados para controlar (auditar) a los propios sátrapas.

Esa misma tradición anglosajona, tomó esos antecedentes y produjo la creación de los auditores tales como los conocemos hoy, difundiendo su práctica en los más recónditos lugares donde sus empresas ejercían operaciones. Era globalizar su control.

Por eso hoy, que creemos seriamente que la globalización no existe como concepto filosófico, sino como un modelo de supervivencia de las empresas que buscan fuentes de mano de obra y de materias primas a precios acomodados para elevar su valor agregado a los productos finales, entendemos que la auditoría debe recuperar su rol estratégico como defensor de los intereses de quienes trabajan, de sus acreedores, de sus clientes y de sus accionistas, y ser en definitiva “sus ojos y oídos”.

La sociedad confía en el dictamen de sus auditores y toma decisiones en función de ellos. Cree en sus afirmaciones así como en sus silencios. Pero cuando éstos últimos privilegian a las aseveraciones, entonces faltan a esa responsabilidad social ,que hoy es imperativo en el mundo de los negocios.

Los auditores hablamos el mismo idioma que los clientes, los accionistas y sus ejecutivos. Sufrimos los mismos embates de los problemas sociales y económicos de cada país, y por eso comprendemos la responsabilidad que nos cabe a todos.


Hasta el emperador necesita sus auditores in – dependientes.

Porque las pasiones, los deseos, las fragilidades y la certeza del final de la vida, también anida en los corazones de los que toman decisiones imperiales. Como los ejecutivos en una empresa.

Porque existieron quienes, como Papa Doc en Haití y otros, hicieron de lo público algo privado y lo privado lo mezclaron entre sí. Pero peor aún, en esto del manejo de los fondos de los ciudadanos (como en el caso Enron), dónde finaliza lo público y comienza lo privado?

Creemos que lo privado se resume en una casa, construida sobre un terreno que creemos privado. La tierra no es privada. Compramos un alquiler para usufructuar por un tiempo finito, un pedazo de tierra que es público por que es de la humanidad, ya que es una porción del planeta tierra con sus llanuras, sus mares y sus ríos.

Caminamos en calles que son públicas, tomamos café en bares instalados sobre aceras que son públicas, tomamos café cultivado en tierras públicas, en tasas de loza fabricadas con arcillas que son públicas.

Si todos tomamos la responsabilidad de implementar en lo público y lo privado (si existieren tan diferenciados) el slogan de la Asociación Interamericana de Contabilidad: «semper veritati fidelis» – siempre fieles a la verdad – y tratamos de no olvidar que lo público y lo privado coexisten en el mundo de las interacciones, empezaremos a vivir disminuyendo el riesgo de las sorpresas fraudulentas. En todo sentido.

No es preciso denostar nombres extranjeros ni portarlos porque generan aparente grandeza. Porque muchos de esos nombres son los que han fracasado. En lo público y en lo privado.

Cuando reconsideremos la posición de que lo privado afecta a lo público, y que el emperador también es privado; cuando entendamos que todo es sistémico y que para comprender mejor el corto período que transitamos sobre el planeta tierra, debemos entender lo que pasa, nos daremos cuenta que es preciso conocer.

Entonces a nuestra primera pregunta, la respuesta es: ¡Sí! existe la vida después de Enron. Lo único importante es saber vivirla. Sin «privacidades» que conviertan nuestras actitudes  en hechos solamente a ser juzgados por el Eterno.

Es imprescindible, sí, ser honesto con uno mismo. Que es muy     difícil porque los intereses siempre tientan al más alerta ciudadano.

La infidelidad fue, es y será siempre una de las debilidades de la humanidad.

Y hoy y más cerca en esta región, somos parte de más de 550 millones de habitantes que buscan intensamente su destino de grandeza, somos parte de su pueblo y le debemos lo que somos.

Por nada podemos dejar de cumplir el rol social que se nos ha adjudicado y que por propia voluntad hemos aceptado.

De lo contrario, dejaremos de ser los ojos y oídos de un pueblo, para ser lenguaraces de sus ejecutivos y sus emperadores.