A LA BÚSQUEDA DEL MODELO PERDIDO - Dr. Alfredo Spilzinger [PhD]

© L’ HARMATTAN – PARIS – MILAN


Todo comenzó hace unos años, mientras compartía un “pastis” con mi mujer en el Café de Flore, en el número 172 del Boulevard Sant Germain, en París.

Estaba sentado en la misma mesa donde durante años Jean Paul Sartre había reunido a sus intelectuales amigos, para discutir sobre el hombre, su realidad y su desesperanza, allá por los años 30 del siglo pasado.

Después de haber transitado por los caminos universitarios de varios países, de las ciencias de la contabilidad, la economía, las finanzas, la sociología, la epistemología y la dinámica cuántica, el descubrimiento de las ciencias complejas había traído luz a mi vida intelectual.

Había comprendido lo que estaba buscando: Entender al hombre en su mutación permanente, para poder ser instrumento de cambios que le permitieran sobrevivir en un mundo altamente competitivo.

Y entendía que en esa misma mesa de reuniones que usaba Sartre podría haberse dado esa controversia entre los que marcaron hitos en la intelectualidad del hombre. Y así como en un laberinto de verbalidades de personajes ilustres, comencé a ser espectador y transcriptor de una discusión entre las mentes que nos iluminaron en los últimos siglos. Esa discusión intentaba desnudar al hombre en su activa soledad de luchar por su subsistencia en una organización que dimos en llamar democracia, y que hasta hoy no ha podido ser reemplazada por nada mejor.

Esa democracia que dio a luz al capitalismo como dilecto hijo para administrar los recursos de la madre tierra y distribuirlos, no muy igualitariamente, entre los casi 7 mil millones de seres que hoy pueblan este desconocido satélite que gira alocadamente alrededor del Sol.

Pero las ciencias complejas encontraron en las investigaciones de Santa Fe Associates, que todo puede reducirse a cuatro etapas esenciales de implementación.

Para entender un sistema complejo, es preciso originalmente definir la teoría o filosofía de una organización (sea esta desde un país hasta la de un simple hogar). Filosofía que resume el porqué estamos reunidos interactuando y qué deseamos conseguir de ello, fijando valores y objetivos. Es decir, definir su cultura. Normalmente, casi inmutable y sin muchos cambios en el tiempo

A partir de ese paso definitorio, diseñar el modelo. Una matriz de acciones y objetivos que es preciso implementar para cumplir esa cultura definida. Un modelo que, si bien puede tener modificaciones, muta normalmente al compás y ritmo de la vida sobre la tierra.

De ese modelo podremos escribir las reglas que serán las cotas dentro de las cuales nos moveremos, para dar cumplimiento a ese modelo, las cuales serán cambiantes como la necesidad lo requiera.

Y, finalmente, los comportamientos de sus agentes nos darán la retroalimentación que nos brindará las opciones de modificar el modelo o las reglas, para que esos agentes puedan vivir cómodamente dentro del mismo.

Pero lo que no podemos hacer es describir reglas sobre la filosofía sin pasar antes por el modelo.

Hasta allí parecía todo perfecto. Pero cuando avistamos lo que sucede en este mundo complejo del siglo XXI, advertimos que en la vida de todos los días sufrimos una realidad que no se compadece de estos principios.

Porque el hombre contemporáneo nació y salió desde hace 150.000 años de las cavernas de Boblos en África, para comenzar un camino hacia el Mediterráneo a razón de un kilómetro por año, luchando para defender su vida.

Primero luchó contra los animales, para defenderse y para conseguir alimento y lugar donde guarecerse. Luego debió hacerlo contra sus mismos congéneres para evitar que fuera desposeído de lo que tenía. La lucha fue su medida de la vida.

Nació y se desarrolló en un bosque donde no había gerente general ni director de recursos humanos, donde todo se auto organizaba y parecía ser su hábitat natural.

Los grandes árboles compartían el suelo con los hongos o con las rosas; los elefantes, los tigres y los pájaros con las mariposas y los insectos. El único factor a tener en cuenta era evitar uno mismo ser alimento de los demás.

Y así se fue acomodando el hombre en su vida desde la antigüedad y la organización feudal, hasta llegar a la tan deseada “demos - kratos”. La original definición griega de democracia, por la que el gobierno debía ser organizado para beneficio de los demás. Es decir, para lo que no gobernaban.

Y ese “demos kratos” generó una especial “oikos – nomos” (la organización de la casa) que, llevada al terreno más amplio, fue la economía que dio como hijo dilecto al capitalismo

La filosofía estaba clara. Generar un equipo de mandatarios que organizaran una ciudad, país o región para afianzar la cultura de todos y cumplir con el mandato de sus mandantes, “ los muchos “ .

Pero allí se desnudó una realidad diferente. Fue cuando se hizo necesario definir cómo se elegirían los pocos que deberían gobernar a los muchos.

Y, de esa manera, se entronizó la polis griega en forma aplicativa de política. La organización de la ciudad (polis) llevada a niveles nacionales o regionales. Grupos de pocos entendieron que tenían las virtudes necesarias para dirigir a los muchos, y requirieron de ellos un intercambio de poderes.

A cambio de no tener que luchar más ente sí y contra los riesgos de la naturaleza, ya que de ello se ocuparían los gobiernos, los pocos les pidieron el voto a los muchos.

No deberían entonces luchar más. Pero estos últimos habían nacido y evolucionado con valores epigenéticos dispuestos para la batalla. Y no podían quedar sin defenderse de algo.

Pero en ese intercambio de poderes, ya estaba todo dispuesto. Los pocos les dejaban a los muchos un escenario para luchar. El mercado. Le habrían dicho : “Luchen en ese espacio para sobrevivir y descarguen en el toda su adrenalina existencial.”



Y esa forma se ajustó a la realidad existente y se conformaron, entonces, conjuntos de pocos que comenzaron a gobernar a los muchos. Pero los pocos necesitaron también de recursos para poder gobernar y asimismo sobrevivir.

No conformaban un conjunto de seres mágicos ni excepcionales que sobreviven sin solución a las penurias del alimento y la habitación. Necesitaron recursos financieros que estructuraron en forma de impuestos y tasas pero, aun más, requirieron de algunos conjuntos de pocos que se aliasen a ellos para hacer su trabajo más rentable.

De esta forma quedaron formados conjuntos de pocos, de otros coligados en el poder central y conjuntos de muchos que luchan para sobrevivir.

 

El detalle de los términos de asociación entre los pocos y sus conjuntos de coligados queda en el más recóndito rincón de los secretos perdidos.

Y los muchos sobreviven. O no. Pero para los pocos, eso no tiene importancia. Ellos sobreviven permanentemente transmitiéndose el poder entre sí. Ese poder es el que han logrado en ese intercambio con los muchos.

Y esto no funciona. En ningún lugar del mundo. A principios del siglo XX se intentaron implementar las teorías de Carlos Marx, para aplicar un modelo diferente. Teóricamente había llegado a las mismas conclusiones, pero prácticamente quiso entender que un capitalismo de Estado era más ético que un capitalismo en manos de los pocos y sus conjuntos coligados.

Pero ese experimento terminó en un fracaso estruendoso. Tan fuerte como el ruido que produjo la demolición del muro de Berlín en 1989. Ningún capitalismo así concebido puede tener éxito, sea en manos de particulares como del Estado. En todos los casos los muchos quedan afuera de toda distribución de ingresos.

Si algún día se estrellase un avión con 500 pasajeros a bordo contra el Himalaya, seguramente las fuerzas de seguridad del mundo se alertarían. Si en vez de un avión fuesen 10 aviones, lo que significaría 5000 personas muertas, la alarma sería aún más desesperante.

Y si ese hecho luctuoso se produjese todos los días, las Naciones Unidas, la NATO y el mundo entero pondrían sus fuerzas de seguridad a la búsqueda de alguna solución.

Sin embargo, en África mueren 5000 niños por día (aproximadamente uno cada 17 segundos) como consecuencia de malaria o enfermedades semejantes, y nadie ha escuchado que alguno se movilizara atentamente por este motivo.

Es que los pocos tienen otros motivos en qué preocuparse. El problema pasa en definir cómo se reeligen y, al finalizar sus mandatos, cómo lo transmiten a quienes son sus socios o en algunos casos sus aparentes enemigos. Entre los pocos nunca hay enemigos, porque se necesitan unos a otros

Mientras tanto, economistas del mundo han tratado de hacernos comprender a través de unas ecuaciones complicadas, cuáles son o van a ser las reacciones de los muchos en el mercado.

Creen de esta forma poder asistirnos a luchar en el mercado, al que consideran preexistente a las transacciones en sí mismas. Esas transacciones a las que nos han sumido los pocos para luchar por nuestra subsistencia.

Gran error. Interpretar a los seres vivos, originales, únicos e irrepetibles como variables de ecuaciones. No se han podido percatar que somos entes complejos, cuyas reacciones no caben en una ecuación al estilo de las que utilizó Ludwig Boltzmann.

A partir de las investigaciones de este físico, que desarrolló innumerables fórmulas para explicar los acontecimientos de la mecánica física, los intelectuales ingresaron en una vorágine que denominamos de bolzmannmania.

Nada podía tener vigencia en el ámbito de las ciencias económicas, si no tenían una ecuación que las respaldara. Pasamos a ser números fijos de integrales y derivadas las que era seguro nos marcarían nuestro interactuar con el resto de los muchos y, en algunos casos, de los pocos.

Aun así, más allá de las ecuaciones, los 5000 niños siguen muriendo a diario en África, y miles de latinoamericanos y del sudeste asiático siguen en líneas de pobreza que nos avergüenzan. No se tuvo en cuenta la vigencia de la lógica borrosa, esa que no nos permite definir con precisión qué significan muchos, pocos, raros o infinitos. 

No permitieron tomar medidas para avanzar contra la pobreza de los muchos. ¿Cuántos son muchos? Porque si hay un 23% de la población de Bolivia que vive con menos de 2 dólares de ingreso diario, el FMI afirma que sobreviven bajo el umbral de la pobreza. Y puede parecer mucho.

Pero en México ese porcentaje es del 10,3 % de la población. ¿Es poco? Porque en Tanzania es del 89,9% de la población. Y en Italia, el 8,7% de sus habitantes.

La media global de 2.700 millones de personas en el mundo que sobreviven bajo el umbral de la pobreza representa un 38,6 % de la población mundial, viviendo con menos de 2 dólares diarios, mientras que más de 850.000 (1,25 % de la población terráquea) no se pueden alimentar.

Mueren cada año más personas por hambre que por malaria, tuberculosis y HIV juntos. Para los analistas, es solamente el 1,25%, pero para el que muere, esa proporción es del 100%. Son, evidentemente, límites borrosos.

Mientras tanto, quien analiza esas cifras y prescribe medidas de austeridad, como el Gerente General del FMI, percibe un ingreso anual de 565.000 dólares, (más otros beneficios) libres de impuestos. Esto es algo así como 1550 dólares por día.

Al mismo tiempo, los conjuntos de muchos quedan expuestos a la soledad de su lucha diaria. Por eso, la política económica deberá definir su modelo para que estas desigualdades dejen de existir

¿Es que ha habido un modelo en algún momento? La filosofía de países democráticos ha quedado clara; pero el modelo que debe definir su aplicación no existe, al menos por las consecuencias que advertimos

Se han generado las reglas, pero sin un modelo detrás que lo soporte. Se ha hecho quizás lo peor, se generaron reglas desde la filosofía, pero sin que exista un modelo que estuviera consensuado con los muchos que lo debieran aplicar.

Es hora de que los muchos defiendan su existencia. Porque citando a Grossberg, podríamos preguntarnos: ¿Y si nos atreviéramos a jugar a ser Dios?

Gran silencio de irrespetuosidad, pero necesario para entender que esta sinfonía que ejecutamos entre todos está inconclusa. Le falta el modelo, como a la sinfonía de Schubert le falta un movimiento.

Los conjuntos de seres vivos deben forzosamente comprender que funcionan dentro de escenarios complejos, y que dentro de su complejidad hemos descubierto dos espacios nuevos.

 

  • Los protocolos de interacción: conexión que permite entender que, actuando simplemente como unidades de un conjunto, valemos lo que cada uno significa. Pero no más.

Si por el contrario comprendemos que somos un conjunto de nodos de un modelo en red, el valor del todo es mucho mayor.

Para quienes aun valoran excesivamente las ecuaciones, podríamos decir que el valor de un conjunto trabajando en red de nodos es, basándonos en la relatividad einsteniana:

Interacción = m . c 2

Pero en este caso la masa, que es la red de nodos, es  m =  2 n ,donde n es igual a la cantidad de nodos del conjunto;

por lo tanto

Interacción = 2 n . (299.752.458 m/s ) 2

(si descartamos de momento c 2 como una constante  k)

Interacción =  2 n

Si comparamos como ejemplo una red de 120 nodos, su valor de interacción actuando solitariamente sería igual a 120, si damos un valor de 1 a cada nodo.

Pero el valor, en caso de actuar como conjunto de 120 nodos,

sería  = 1.320 . 1036 (esto es 1.320, seguido de 36 ceros)

Por ello la diferencia entre actuar individualmente (que daría una fuerza de 120 unidades) se transformaría en

1.230 . 1034(es decir 1.230, seguida de 34 ceros), que es

10.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000.000 veces mayor que 120 puntos.

¿Por qué los muchos actuamos entonces como pequeños grupos individuales, cuando lo podemos hacer disparando nuestras sinapsis todas entrelazadas y al mismo tiempo?

Parafraseando a Frank Rosenblatt, diríamos que dos disparos de sinapsis tienen un valor más que doblemente proporcional al que produce un solo disparo.

Y esto no ocurre simplemente porque no existe un modelo que lo tenga previsto. A nadie le interesa que los muchos tengan esa posibilidad.
l

  • Pero aún más, cada ente vivo ha generado para sí mismo un metaprograma, que filtra las interconexiones que recibe del exterior y las decodifica de acuerdo con su propia epigénesis.

Y conectando la lógica borrosa de su inteligencia, admite que cuando recibe desde el exterior una interconexión para hacer algo, ese filtro lo convierte en una afirmación negativa que le indica que no lo haga.

Y es porque los protocolos de interacción han generado con anticipación una interpretación diferente a esa sinapsis.

Cuando Irán manifiesta que solo requiere enriquecer uranio para fines medicinales y de producción de energía, la comunidad interpreta que lo quiere para producir armas nucleares.

Cuando Hamas predica la paz, la comunidad interpreta que necesita tiempo para poder lanzar más cantidad de misiles.

Cuando Rusia manifiesta que reconoce la autodeterminación de los pueblos, la comunidad comprende que desea apoderarse de los territorios de Crimea.

Cuando los Estados Unidos ofrece 3.000 millones de dólares de compensación a los países emergentes por los problemas de desorden climático, la comunidad entiende que no dejará de emitir monóxido de carbono al espacio.

3. Para intentar diseñar el modelo, es preciso aplicar lo que hemos dado en llamar desagregación sistémica: Una deconstrucción de lo vigente, pero que imposibilite romper el modelo. Consiste en desagregar sus partes, para analizar su perfil, y la forma de interactuar con el resto de las partes.

De ese análisis pormenorizado sin duda surgirán las modificaciones necesarias para que el nuevo modelo tenga la calidad que estamos requiriendo. Es, en definitiva, una evolución en vez de una revolución.

Pero para ello es preciso estar seguros de la filosofía que defenderemos y la necesaria decisión y voluntad arquitectónica para recomponer el modelo y hacerlo funcionar adecuadamente.

La tarea no es fácil. Pero nada es fácil cuando nos referimos a sistemas complejos.

 

Tratar de sintetizar en algunas páginas, veinte años de investigación, resulta más que complicado. Sobre todo cuando se refiere a complejidad.

Lo que sí puedo asegurar es que vivimos en un escenario incompleto. La demos kratos griega ha posibilitado revalorizar los derechos de los seres vivos. Pero esos derechos están conculcados en el espacio económico.

Los pocos siguen en la defensa de sus derechos perennes, mientras los muchos están a la espera de que una nueva visión holística les permita conocer el modelo que falta diseñar pero, más aún, que falta consensuar.

El viaje a través de la sinfonía inconclusa, que desarrollo en el libro que defiende mi tesis, me ha permitido introducirme a través de los instrumentos de música en el espacio de la interacción.

Y en ese recorrido, reconciliarnos con la otredad, esos seres que estando al lado nuestro pasan a veces desapercibidos porque no fijamos en ellos nuestra atención. Y recordemos que existimos porque hay alguien que al lado nuestro nos reconoce.

Los desconocidos no existen para el mundo. Un mundo que, según el relato Bíblico, Dios terminó en siete días. Y el octavo: ¿Qué pasó con Él? ¿Desapareció? ¿Murió, como decía Nietzsche?

Creo personalmente que se sentó en una primera fila de la platea de un teatro donde somos los personajes que entramos por los bastidores de la izquierda y declamamos un parlamento que nadie ha escrito y que improvisamos en todo momento, interactuando siempre con otros personajes que no conocemos y que, finalmente, terminamos yéndonos por los bastidores de la derecha. No sabemos de qué se trató la obra, cómo comenzó, ni siquiera cómo terminará.

Por ello es preciso tener en cuenta que si contáramos con un modelo que nos haga más fácil ese trayecto por el escenario de la vida, estaremos generando un mejor camino para recorrer.

Y además, como expresa el Profesor Andrea Pitasi en su prefacio, generar un escrito de mirada renacentista, intentando abarcar todo un mundo complejo para reducirlo a un deseo de mejorar la civilización que dejamos a las generaciones futuras.