EL COVID 19 COMO VIRUS PSICOLOGICO - Dr. Alfredo Spilzinger [PhD]

La súbita aparición del COVID-19 en nuestro planeta ha cambiado vertiginosamente la vida de más de 7000 millones de habitantes. Desde China hasta cualquier lugar de occidente que podamos elegir.

Es increíble pensar en que este planeta, que gira alocadamente alrededor del sol con parámetros todavía inconcebibles para muchos seres humanos, se desenvuelva de manera tan complicada por la aparición de este virus.

Se inició como un problema de orden biológico, por un virus que se diseminó a velocidades increíbles en todo el mundo, pero produce al mismo tiempo consecuencias de orden pisoco-sociológicas en todos los ámbitos donde ha infectado.

Los dirigentes de las distintas repúblicas por donde el virus atravesó, sin temor a las fronteras que los individuos formalizaron, se han convertido en mariscales de una guerra contra un enemigo invisible. Esta condición les ha generado la necesidad de adoptar medidas que involucran a todos los ciudadanos y han generado condiciones de vida distintas a las que veníamos utilizando.

Han entrado en una suerte de trastorno obsesivo-compulsivo que comenzó con barreras de aislamiento social, limpieza y aseo de nuestras partes

expuestas a los contagios, aislamiento social compulsivo y, finalmente, el encierro que se denomina comúnmente cuarentena. Esa posición de dirigir las fuerzas de su propio ejército, en un monotema que es la salud, los ha transformado en generales, con la adopción del lógico síndrome del emperador. Esto implica que sus decisiones no permiten ser discutidas porque esto está en función de la salud de la población, aunque en realidad el objetivo final es no generar pánico por la evolución inusitada de la enfermedad. De la misma manera, ganar tiempo y estar preparados con toda la infraestructura médica y sanitaria en cada país, y de esta forma poder hacer frente a un pico de enfermedad que algún día alguien sabrá si se va a concretar.

Este cumplimiento de las obligaciones ha puesto a las poblaciones frente a la necesidad de cumplir las recomendaciones como única opción para salvaguardar sus propias vidas. En esa instancia no hay otra alternativa. Pero la cuestion a analizar son las consecuencias que en cada individuo generan estos aislamientos sociales.

Es posible que una opción sea la de generar la posibilidad de convertirse en personajes del síndrome de Estocolmo. Esto significa que terminan amando a sus conductores, más allá del problema que les implica estar sin ningún tipo de interacción con sus semejantes porque están convencidos de que, en última instancia, esto va a proteger su salud. Y terminan defendiendo, más allá de su encierro, la posición de sus mariscales de guerra al grito de: Salud sí, Covid-19 no.

Pero puede haber otro grupo que ha entrado en otro espectro de la vida psicológica, reaccionando a la cuarentena con el síndrome de abstinencia. Esto es que, más allá de conocer que esta medida puede llegar a beneficiarlos en cuanto a su supervivencia, se sienten maltratados, alejados y con anulación de sus libertades individuales para hacer lo que hasta ese momento: interactuar con sus semejantes, gozar de la autonomía para reunirse con amigos, falta de aire y libertad para caminar por las calles.

Por eso decimos que este tema que nació biológico se convierte luego en un problema de orden psicológico que alguna terapia conductiva-conductual deberá ayudar a resolver, cuando esto termine y volvamos a una normalidad que no sabemos cuándo será.

Quizás las reacciones estarán pendientes del éxito que tengan los mariscales contra ese enemigo invisible. El resultado final se expresará en cada país cuando, con barbijos y guantes, podamos depositar el voto en una urna, en el momento que corresponda, y aquellos que habremos podido sobrevivir al virus.