Investigaciones
Nelson Camargo
La aparición de la enfermedad COVID-19, y su posterior diseminación por todo el mundo a principios del año 2020, ha traído una serie de cambios a nuestra vida cotidiana, afectando a todas las personas, acostumbradas al ritmo de la modernidad. Este ritmo de vida se ha visto desacelerado, y hasta paralizado, con la emergencia de una pandemia y las consecuentes medidas tomadas a nivel global por los gobiernos para frenar su difusión. En América Latina, esta situación se ha visto incrementada por el propio resguardo de los ciudadanos que, a sabiendas de la debilidad de sus sistemas sanitarios, han optado por cuidarse más allá de las medidas que los distintos gobiernos han decidido implementar.
Pero, de las medidas gubernamentales que a nivel global han sido aplicadas, el cierre de las escuelas y la mudanza de la educación a los medios digitales y a distancia han sido las de mayor aplicación, y sus efectos se han dejado ver de inmediato. Asimismo, es necesario, analizar también con bastante acuciosidad los efectos que traerá a mediano y largo plazo.
Trataremos de abordar cuáles son los efectos que la pandemia ha dejado en la educación, sobre todo después de tomadas las medidas de aislamiento social, lo cual derivó en una necesaria transformación del ejercicio educativo, que poco o nada ha podido adaptarse a las nuevas circunstancias.
En primer lugar, debemos notar que ya se venía mostrando una preocupante tendencia en los jóvenes a leer menos, cada vez se notaba más una ausencia de interés por la investigación, la escritura y la lectura en general; siendo reemplazados vorazmente por los nuevos medios digitales, la obtención de información por videos u otros medios audiovisuales, así como las cortas lecturas, cada vez más comunes y sin ningún tipo de verificación.
En 2016, el pedagogo argentino Enzo Da Pieve refutaba esta aseveración, asegurando que en las redes sociales y el internet existe un mayor acceso a material literario, a textos de todo tipo, incentivando la lectura de los jóvenes, no debiéndose utilizar la estadística de ventas de impresos como una medida para el índice de lectura de las personas en la actualidad. Sin embargo, el pedagogo español Damián Pascual Lacalle asegura todo lo contrario, considerando que el problema se puede rastrear a mucho tiempo atrás, en el caso español, aunque cada nación pueda tener sus propias particularidades. Igualmente, Antonio Rodríguez Almodóvar considera que no hay nada perjudicial en la falta de lectura de los adolescentes, cuando ahora manejan, gracias al internet, cúmulos de información mucho mayores que las que maneja cualquier adulto formado. Pero aquí cabría preguntar: ¿Cuál información?, ¿Su calidad, su utilidad, sus beneficios? ¿Tienen ellos el discernimiento para discriminar qué información es válida, real, certera o son víctimas de bulos, “fakes”, o teorías infundadas, contrarias al conocimiento científico?
Luis Alberto Hara igualmente publicó un artículo advirtiendo sobre el analfabetismo digital de muchos jóvenes: saben leer y escribir, pero su escaso ejercicio de lectura les hace inhábiles para comprender lo que leen, en éste se aborda además la tendencia cada vez más frecuente a no terminar las lecturas. Igualmente se puede observar hoy en todos los manuales periodísticos actualizados, que apuntan a escribir artículos extremadamente cortos, con párrafos autónomos, que permitan que el lector pueda interrumpir la lectura en cualquier momento, pero captando el mensaje fundamental de la noticia, lo que importa; sin extenderse en explicaciones, motivos o conclusiones de la misma. El mismo fenómeno se observa en los parámetros de las páginas web, el propio wordpress tiene indicadores para “lectura fácil” de su contenido; Twitter es indicativo de la tendencia a leer cápsulas informativas. (El autor)
Vivimos en la cultura del consumo y el entretenimiento, es necesario mantenernos entretenidos, evitar el aburrimiento a toda costa, y esto se consigue consumiendo. Tal como describe Mark Fisher sobre un estado depresivo, de distracciones constantes, imposibilidad de centrar la atención por mucho tiempo y una necesidad de innovar experiencias, dosis de “sorpresa” por instantes que calmen las ansias. Este fenómeno no se queda en la juventud, sino que vivimos todos en la actualidad. Las redes sociales se aprovechan de ello y por eso constantemente nos gratifican y sorprenden, casi obligándonos con un patrón adictivo a estar sobre ellas, alejándonos de otras actividades.
La televisora alemana DW incluso llegó a realizar un reportaje sobre esta situación, enfocada en Latinoamérica, en el cual, de acuerdo al informe PISA, América Latina presenta un grave problema de comprensión lectora. La lectura se basa en titulares, sin profundizar en la información, y la abundancia de noticias falsas desvirtúa la posibilidad de informarse verazmente. El filólogo Daniel Cassny explica que leer implica la construcción de ideas que se encuentran en el texto, relacionándolas con las ideas propias; igualmente señala que es más fácil acceder a la información en internet, pero no nos ayuda a comprender e interpretar la información a la cual se accede.
Pero si nos preocupa que el acceso a Internet puede afectar la educación, la lectura y los hábitos de los jóvenes, qué podemos decir de su ausencia.
Hay que señalar que no todas las personas tienen el mismo acceso al internet, la capacidad para enseñar y para recibir clases a distancia es además otro factor de distanciamiento en el acceso al aprendizaje.
Según los datos de la UNICEF publicados en un informe de la PNUD, en América Latina y el Caribe más de 144 millones de estudiantes menores de edad estuvieron por los primeros 5 meses de la cuarentena ausentes de las aulas. Esto, sumado a las diversas formas en la que los gobiernos han abordado el tema y procurado resolver las deficiencias o mantener estable la situación, ha dado pie al análisis de los efectos que va a provocar este freno a la actividad escolar. La inseguridad económica, la inestabilidad institucional y laboral, junto a las carencias de acceso a internet han enmarcado un cuadro de enormes desigualdades en el acceso a la educación en tiempos de pandemia, que repercutirá hondamente en el futuro de los países latinoamericanos.
La pedagoga colombiana Sandra García Jaramillo advierte que previo a la pandemia ya existían importantes brechas de desigualdad en la educación en el subcontinente, sin embargo, estas tienden a profundizarse con el aislamiento necesario para contener la pandemia. Asimismo, el acceso a la Internet en Latinoamérica presenta serias diferencias y muestra una amplia división en la población, así lo señala la investigadora Susana Finquelievich del CONICET en Argentina; en un artículo en el cual expone que el 67% de la población poseía acceso a internet, frente a un 33% con acceso limitado o sin ningún tipo de acceso. Sin embargo, en el desmenuzado por país la situación era más desigual, teniendo a Perú, Bolivia y Paraguay con apenas un tercio de su población con acceso al internet; mientras que en Brasil y Chile, más del 60% poseía la conexión a internet permanente.
Estos dos factores de desigualdad redundan en un incremento de la brecha en la situación de pandemia, pues, ante la necesidad de aislamiento social, la educación ha mudado por entero durante el año 2020 y el primer semestre del corriente 2021 a la modalidad digital a distancia, uniendo ambas brechas en una sola y profunda división social en el acceso a la educación en la modalidad digital. El efecto inmediato es el atraso de un importante sector de la población del subcontinente que no ha podido cumplir los objetivos educativos en todo el año o al menos en los últimos seis meses en los casos de cuarentenas tardías; dejando fuera del sistema educativo a campesinos y jóvenes de comunidades periurbanas y de barriadas o villas marginales. Pero esta estadística no toma en cuenta otro factor: la velocidad de la conexión a Internet, que permita, en última instancia, poder tener una clase en vivo de calidad y el asesoramiento de un docente; quedando relegada la educación a correos electrónicos, mensajería instantánea de SMS u otras opciones de bajo consumo de ancho de banda, siendo el Whatsapp el más común.
Esta situación se ve acentuada por la falta de acceso al trabajo, las clases desfavorecidas sin acceso a Internet, también desempeñan trabajos manuales, algunos informales o “en la calle”, y la pandemia los ha dejado con horarios disminuidos o sin trabajo, disminuyendo su poder adquisitivo y su posibilidad de mejorar el acceso a Internet con compra de equipos o conexiones.
Observamos entonces como a largo plazo se verá que la brecha económica y educativa se hará más grande y la diferencia entre las personas con acceso a educación digital y los que utilicen otros medios menos eficientes va a establecer dos clases sociales muy diferenciadas en conocimientos, preferencias, hábitos de consumo. Además, la clase con mayor poder económico va a tener una tendencia de globalización mayor, y sus hábitos y preferencias de consumo van a ser más homogéneos.
Este efecto no solamente lo veremos en la educación primaria elemental y secundaria. En la universitaria y post universitaria o de extensión vemos las mismas consecuencias, especialmente en las universidades públicas, un alto porcentaje no tiene acceso a una conexión rápida o no tiene los equipos necesarios para lograr esta conexión. En las zonas rurales o alejadas de grandes centros poblados no existirá una forma fácil de tener acceso a la educación superior o a cursos de extensión universitaria.
En nuestros sueños o visiones del mundo del futuro nos imaginamos una nueva realidad con telecomunicaciones avanzadas, educación, consultas médicas y reuniones a través de pantallas de video. En Latinoamérica estamos alejados de ese futuro, al menos para toda la población, pero esto no es reciente, tenemos tiempo manteniendo desigualdades entre ciudades y la provincia. Hace algunos años (en el siglo pasado) en los 90, un amigo peruano comentaba que un contador en Cuzco escuchaba hablar de las Normas Internacionales de Contabilidad (NIC), como se llamaban en esa época, y decía que esas normas se aplicarán en Lima, en Cuzco. Esperaremos algunos años para ver esas normas aplicarse, aquí una persona llega en bus en unas horas, pero la actualización en la educación y la formación tarda mucho tiempo en llegar.
Es muy posible que esta nueva realidad que llamamos ahora la veamos muy de cerca en la educación y la información en las grandes ciudades y en las zonas de privilegio económico. En las provincias y en barriadas empobrecidas de Latinoamérica, donde el agua corriente o la electricidad no están disponibles, el Internet económico y rápido tampoco estará y la nueva realidad será menos oportunidades educativas, menor acceso a la información, menos posibilidades de teletrabajo o trabajo desde casa a través de Internet.
Ese problema no lo veamos tampoco solo a nivel de provincias en nuestros países, o de barrios en nuestras ciudades. Estas diferencias también pueden extenderse a nivel de naciones, tendremos que entender entonces que puede acrecentarse la brecha entre naciones desarrolladas y los países de economías emergentes o empobrecidas, donde los servicios públicos y el acceso a la información y a los recursos estará cada vez más limitado
¿Quiénes tendrán la responsabilidad de cerrar esta brecha que se ensancha cada vez más, en estos años de aislamiento por pandemia iniciados en 2020 y que posiblemente se extiendan por otros dos años más? ¿Serán los gobiernos con presupuestos deficitarios, disminución en el PIB y menos recursos económicos? ¿Será responsabilidad de la empresa privada que tiene cada vez menos ingresos y se ha visto en la necesidad de despedir trabajadores? ¿O las PYMES que están tratando de sobrevivir?
Es un problema complejo y difícil de resolver. Por ahora va a depender de los esfuerzos individuales de las personas con resiliencia que puedan percibir que su situación personal y familiar tiende a empeorar por no tener acceso a internet, que sus hijos no tienen buena educación y que él mismo como profesional no tiene acceso a una extensión de su educación que le permita ascender en el trabajo, y que su desempeño profesional va a depender de la conexión y los equipos disponibles.
Pero recordemos como iniciamos esta lectura: tener acceso a internet tampoco es garantía de una educación de calidad, y cada vez observamos como empeora el desempeño de los jóvenes latinoamericanos en lectura. Pero esto se refleja igualmente con el crecimiento de grupos que sostienen y afirman ideas y teorías descabelladas como la Tierra plana, el movimiento anti vacunas y otros más, sostenidos por informaciones falsas, vagos conocimientos científicos y escasa formación general y poca comprensión al momento de leer. Si no se aborda este tema, es posible que a futuro veamos crecer una brecha social, pero que a su vez, esta se subdivida en capas de distintos niveles cognoscitivos que mermen la productividad, el ingenio, la capacidad creativa y la competitividad de los latinoamericanos.