Investigaciones
LO QUE LA PANDEMIA SE LLEVÓ - Dr. Alfredo Spilzinger [PhD]
"Aunque tenga que matar, engañar o robar a Dios pongo por testigo de que jamás volveré a pasar hambre".
Scarlett O’Hara. (Lo que el viento se llevó)
"De todos los sueños que tuve fue el único que no murió al cobrar realidad".
Ashley Wilkes. (Lo que el viento se llevó).
Los ciudadanos del mundo nos desplazamos sobre el camino de la vida. No es la vida que avanza sino nosotros que nos trasladamos con vida sobre ese camino desconocido, desde el mismo momento del nacimiento, y desde ese mismo momento se dirige a su extinción, sin que conozcamos cuándo sucederá.
Es un proceso finito, milagroso que permite a los seres vivos gozar de lo que significa la existencia vital, descubrir el planeta e interactuar con otros seres. Y por esto último es que “somos”.
Somos seres complejos (diferente de complicados), y nuestra vida es al mismo tiempo compleja. En ese transcurrir, evolucionamos social y culturalmente para adaptarnos a una vida compleja. Somos entes que se relacionan entre sí y con cosas no vivientes, en la forma que Wittgenstein enlaza las cosas, es decir por su relación entre sí. Con lo cual, los hechos son estados de cosas. (1)
Nos relacionamos con los elementos del mundo, cada uno con los propios, y nuestro objetivo es mutar para adaptarnos a una vida altamente híper-cambiante. Sin deseos de ingresar en la discusión sobre evolucionismo o creacionismo (porque no es objeto de este trabajo), debemos aceptar que el mundo evoluciona y progresa aceleradamente, y nos debemos a nosotros mismos cambiar para no quedar fuera de ese progreso.
En ese deambular por el camino de la vida, nos encontramos con obstáculos planetarios que perturban ese progreso. Y en este caso la pandemia del coronavirus-19, que seguimos sufriendo, ha sido uno de ellos.
Sin entrar en la génesis del virus, tema altamente discutido (incluso el inicio mismo de su aparición), descubrió a los distintos gobiernos regionales sin preparación alguna para detener la difusión del virus. No es la primera vez que en el planeta suceden acontecimientos como éste, pero su dispersión en el tiempo no ha concitado la atención de las diferentes administraciones locales como para organizar instrumentos y medios que sirvieran para salvaguardar la salud de las poblaciones: los seres vivos que transitoriamente asistimos a este acontecimiento.
El relativismo cultural defendido por Franz Boas nos ayuda a comprender que cada comunidad debe ser analizada de acuerdo con sus especiales características, las cuales son diferentes a cualquier otra del planeta. Él expresaba que el relativismo cultural nos conduce a considerar cualquier aspecto de otra sociedad en relación con los estándares culturales de ese grupo, y no hacerlo desde un punto de vista universal, o en referencia a los niveles o estándares de otras culturas. (2) (3)
Por esas razones, las medidas adoptadas en cada país fueron distintas, como lo fueron sus consecuencias y sus efectos.
No podré referirme, entonces, a los efectos de esa pandemia en las distintas regiones del planeta, sino simplemente lo que he podido observar en Argentina y sus consecuencias, algunas de las que se han repetido en ciertos países latinoamericanos.
Si queremos considerar los efectos de la pandemia, sería necesario seguir la corriente constructivista epistemológica. Recordamos a Kant cuando distinguía entre el fenómeno y el “nouemono” (la cosa en sí misma fuera del razonamiento del observador), porque la realidad no es universal, ya que es construida por cada aparato cognitivo en cada uno de nosotros. Con ello, la realidad se convierte en “lo hecho” por cada ser viviente y cómo lo percibe internamente, y no como una verdad universal.
Por esa razón, traer a la vista del lector el recuerdo de la guerra de secesión americana y su relato en “Lo que el viento se llevó”, lejos de ser casual, quiere referirse a un argumento de características parecidas en cuanto a sus consecuencias. (4)
En las regiones donde el proceso sanitario utilizado para enfrentar la pandemia tuvo un sistema más restrictivo de interacción entre los ciudadanos, produjo realidades diferentes para cada uno, pero que socialmente generaron un descenso en los valores culturales generalizados en la población.
Y nos referiremos exclusivamente a ese aspecto. Es trascendente porque la cultura, considerada ésta como el conjunto de los conocimientos y las ideas de una comunidad, es en definitiva el motor del desarrollo de esa sociedad. Es el generador del proceso de
mutación y adaptación de cada ser tomado individualmente y también socialmente, que resulta indispensable para que ese transitar por el camino de la vida sea adecuado a su progreso.
La clausura de institutos de educación, así como los del desarrollo de las artes, y la eliminación del intercambio de vinculación interpersonal que ello comporta, acompañado de una disminución (casi total) de la interacción general entre los seres vivos, produjo un descenso generalizado del nivel cultural de la población. Fue retroceder en la escala de valores.
Si recordamos la reformulación de Howard Sherman del principio cartesiano del “cogito ergo sum” (“pienso luego existo”) por el razonamiento complejo de “interactúo luego existo”, entendemos que esa soledad personal resultó la causa fundamental de ese descenso. Se logró una estandarización de la población hacia escalones culturales inferiores.
Porque no existe solamente quien es capaz de pensar. De ser así, las moscas, los elefantes o las rosas no existirían como seres vivos, porque no piensan (o no entendemos que piensen). Existen quienes pueden interactuar con otro ser vivo, y si esa interacción no puede darse, dejan de existir.(5)
Dicho en otros términos, la esclavitud a la que nos llevó la pandemia administrada hizo descender masivamente el nivel de conocimiento necesario para mutar, para poder enfrentar el progreso de la vida social. Es decir, existir.
Quedó la sociedad en un silencio profundo, solo compartido con sí mismo. Un silencio no querido que resulta muy grave, ya que deja de producir la energía para continuar transitando el camino de la vida.
La ausencia no querida de miles de seres que sucumbieron al virus, por falta de respuestas sanitarias, generó una idea perpleja sobre el porvenir de cada ciudadano. Y, nuevamente, se acentuó con ello el descenso de los valores culturales y aun los sanitarios.
Volviendo al ejemplo de la guerra de secesión, su reconstrucción definitiva (que llevó más de cinco años en los Estados de la Unión) produjo, aparte de los 700.000 muertos, un número mayor de decesos por dolencias cardíacas o mentales.
El stress que comporta un proceso dramático de disrupción del camino de la vida, genera una disminución de la labor de los neurotransmisores que alimentan la actividad intelectual y, a la vez, generan disturbios mentales que llevan a consecuencias no deseadas.
La baja de nivel de los conocimientos produce la ausencia de nuevas ideas. El progreso entonces se detiene.
Si a ello le agregamos el descenso de la actividad económica, fruto de la clausura de comercios, industrias y servicios, el futuro de la sociedad se desmorona, sin conocimientos ni ideas de cómo encarar el futuro, que de por sí es incierto, pero frente al encierro obligado se torna todavía más oscuro.
El eminente sociólogo italiano, Andrea Pitasi, acuñó un nombre a este proceso: Hypercitizenship. Que no es otra cosa que focalizar las cuestiones del desarrollo global, el crecimiento tecnológico y el cosmopolitismo de los ciudadanos de esta aldea global. Ese híper-ciudadano puede subsistir en la medida que sus patrones culturales muten como lo hace el mundo. Y para ello, la producción de serotonina en el cerebro de cada individuo debe mantenerse a niveles compatibles con los del mundo. (6)
Pero el aislamiento reduce las emisiones de serotonina y conduce a la soledad que expresamos.
En las regiones donde se aplicaron estos remedios políticos para hacer frente a las pandemias sanitarias, las comunidades estandarizaron su nivel cultural a décadas pasadas. Esta es la consecuencia más grave de la política anti-pandémica, porque el índice de valores culturales requiere décadas de reconstrucción para lograr volver al futuro.
Pero ese regreso solo se dará en las promociones más jóvenes. Para aquellos maduros que perdieron esos valores, resultará imposible reconstruir su futuro, porque los sistemas complejos mutan apresuradamente y no permiten fundarse en el pasado. La flecha del tiempo solo tiene valores positivos desde cero al infinito.
Volviendo a nuestra novela inspiradora, los ejércitos de la Unión, en su guerra civil contra la Confederación de los Estados del Sur, aplicaron el llamado Plan Anaconda, como medida de desgaste de las fuerzas del Sur. Y así lo llamó por similitud a la anaconda, quien elimina a sus víctimas hasta asfixiarlas mediante un bloqueo. Los gobiernos que no pudieron resolver sanitariamente la pandemia, aplicaron un bloqueo de anaconda a los ciudadanos, pretendiendo con ello disminuir la virulencia del Coronavirus-19.
Pero de esta forma lograron al mismo tiempo estandarizar hacia abajo los niveles culturales de su población.
Quizás sea necesario recordar nuevamente la obra “Lo que el viento se llevó”, que en boca de Rhett Butler pone una frase que quizás pueda ser aplicada a quienes tienen la responsabilidad de manejar la pandemia: ”Francamente, querida, me importa un bledo”.
REFERENCIAS
1 Wittgenstein, Ludwig. Tractatus Logico-Philosophicus. Viena, 1921.
2 Boas, Franz. Museums of Ethnology and their classification. American Association of Advancement of sciences.
3 Boas, Franz. Textos de antropología. Editorial Universitaria Ramón Areces, 2008
4 Mitchell, Margaret. Lo que el viento se llevó. Macmillan Publishing, 1939
5 Sherman, Howard. Open Boundaries. Santa Fe Institute, 1994
6 Pitasi, Andrea. The Hypercitizen World Game: Writings on the Emerging Global Order. L’Harmattan, Paris. 2021